Artemisia Gentileschi (Roma, 1593-Nápoles, 1653) es
seguramente la artista más destacada de la historia y la que más fama y
prestigio logró alcanzar. Nació en 1593 en Roma, hija del famoso pintor
Orazio Gentileschi
y hermana mayor de tres hermanos varones. Desde joven empezó a ayudar a
su padre en el taller y a aprender los rudimentos de la pintura,
destacando siempre por encima de sus hermanos que, aunque también se
iniciaron en el arte de la pintura, nunca tuvieron las dotes de las que
gozaba su hermana.
A los doce años quedó huérfana de madre, lo que la convirtió en la
única mujer de su familia. Su padre estaba dispuesto a hacer cualquier
cosa para que su hija pudiera desarrollar su enorme talento, pero
también para protegerla contra posibles abusos y mantener intacta su
virtud. Por eso, Artemisia vivió encerrada en su casa, saliendo solo
para asistir a misa y teniendo contacto únicamente con los ayudantes del
taller de su padre.
Susana y los viejos
Artemisia Gentileschi, Susana y los viejos, 1610, Castillo de Weissenstein, Alemania.
Susana, una joven y hermosa judía, era deseada en secreto por dos
ancianos jueces que frecuentaban la casa de su marido. Un día caluroso
que ella aprovechó para darse un baño en el jardín, los dos ancianos se
escondieron tras unos árboles para observarla. Viendo que sus doncellas
marchaban y ella se quedaba sola, le instaron a que satisfaciera sus
deseos, a lo que ella se negó. Ofendidos por el rechazo, los ancianos la
acusaron de adulterio y ella, declarada culpable, fue condenada a
muerte. De camino a cumplir su condena, Susana solicitó la ayuda de Dios
y este envió a un joven muchacho que demostró la mentira de los viejos.
Sobre ellos recayó entonces la condena a muerte y Susana fue llamada
desde entonces “la casta”.
Se trata de
su primera gran obra maestra. En esta
obra desarrolla un tema, el mitológico, que no se consideraba adecuado
para las mujeres, limitadas por la decencia a los retratos, las flores y
los bodegones. Sin embargo, Artemisia nunca quiso quedarse dentro de
los límites impuestos y luchó por romper todas las barreras e ir más
allá.
Por otro lado, se trata de una obra que aborda el tema de Susana y
los viejos desde una perspectiva nueva y original. Mientras los demás
autores solían mostrar a la joven desnuda e ignorante de lo que ocurría a
su alrededor, Artemisia -seguramente en un ejercicio de empatía
femenina- representa a la joven en el momento en el que descubre a los
viejos que la observan, tratando de ocultar su pecho y rostro y
mostrando vergüenza y rechazo.
La violación que lo cambia todo
Poco después, un acontecimiento cambió su vida:
la violación por parte de uno de los amigos de su padre, Agostino Tassi,
que en ese momento trabaja con él en la decoración de la loggia del
palacio Rospigliosi. Forzada la primera vez, Artemisia consintió las
veces posteriores por la promesa hecha por él de que se casaría con
ella, cosa que no cumplió. Llevado ante la justicia por Orazio y al cabo
de meses de juicios, interrogatorios y desagradables trances para la
joven, Agostinio fue declarado culpable, aunque los contactos que debía
de tener en la ciudad papal hicieron que su sentencia se limitase a unos
pocos de meses de exilio de Roma. Mientras tanto, la joven Artemisia
quedó totalmente deshonrada y marcada para el resto de su vida.
Poco después, un acontecimiento cambió su vida: la violación por parte de uno de los amigos de su padre, Agostino Tassi.
Poco tiempo después del juicio, Artemisia contrajo matrimonio con
Pierantonio,
un pintor (que debió de ser bastante mediocre) llegado de Florencia y
al que ni siquiera conocía. Diez años mayor que ella, acabó siendo un
mujeriego que se dedicaba al juego y a contraer constantes deudas. Al
poco de celebrarse la boda, Artemisia se fue con su marido a Florencia,
huyendo de una ciudad donde el reciente jucio había mancillado su
nombre. Una vez ahí, Artemisia renunció a su apellido y adoptó el de un
medio hermano de su padre, también artista: Lomi (¿quizás para ocultar
su identidad y su deshonra?, ¿o para marcar distancias con un padre que
primero la mantuvo enclaustrada y después le hizo pasar por el
desgradable proceso del juicio?). A pesar de lo traumático de toda esa
experiencia, lo cierto es que ese matrimonio le permitió independizarse
del padre y desarrollar su propia y personal pintura.
Artemisia Gentilleschi, Cleopatra, 1621-22, Milán.
Una vez en Florencia, recibió el apoyo tanto de su tío,
Aurelio Lomi,
como de su familia política, los Stiattesi. Ellos la ayudaron a hacer
contactos en la alta sociedad florentina y a aprender a relacionarse con
ella (especialmente con Cosme II de Médicis, que se convirtió en su
patrono). Además, Artemisia empezó a moverse por los círculos
intelectuales de la ciudad y entró en contacto con nombres destacados de
la cultura, como Galileo. Su gran dominio de la pintura la llevó
también a ser aceptada en la
Accademia del Disegno, siendo la primera mujer en conseguirlo.
Artemisia Gentilleschi, Yael y Sisara, 1620, Museo de Bellas Artes de Budapest.
A partir de entonces, Artemisia se especializó (en contra de lo que
se consideraba adecuado para una mujer) en los grandes cuadros de temas
bíblicos e históricos, sobre todo aquellos que eran protagonizados por
mujeres fuertes: Judith matando a Holofernes, Cleopatra suicidándose
antes de caer en manos de los romanos, Yael clavando un clavo en la
cabeza de su enemigo para defender a su familia o Lucrecia suicidándose
antes de traicionar su marido. Todas estas imágenes las capta en un
estilo puramente barroco influido por Caravaggio, cargado de dramatismo,
con impactantes composiciones, colorido intenso y realismo minucioso.
Sus mujeres son rotundas y fuertes, de gestos decididos y fuertemente
rebeladas contra el dominio masculino.
Artemisia Gentilleschi, Lucrecia, 1621, Palazzo Cattaneo-Adorno, Génova.
Judith decapitando a Holofernes
Artemisia Gentileschi. Judith decapitando a Holofernes. Galeria degli Uffizi.
Se trata de uno de los temas más tratados por la pintora italiana.
Este cuadro nos muestra la historia de la viuda judía Judith, que
defendió a su pueblo ante la invasión asiria. En compañía de una de sus
sirvientas, Judith se introdujo en el campamento enemigo haciéndoles
creer que estaba dispuesta a traicionar a su pueblo. Invitada por el
caudillo Holofernes a un banquete en su tienda, ella logró seducirlo y
emborracharlo y, aprovechando la ocasión, cortarle la cabeza. Artemisia
capta a Judith justo en el momento de la decapitación y la muestra como
una mujer fuerte y decidida que no titubea ante la tarea que acomete.
En el fondo, esta obra es un grito a favor de las mujeres y su
fortaleza y en contra de esos hombres que encierran a las mujeres, las
violan o les dificultan la existencia (su padre, Agostionio y su
marido). Un grito de dolor interno que ella supo transformar en
genialidad artística.
El regreso a Roma
En 1620 Artemisia regresó a Roma. Aunque al parecer
en principio se trataba solo de una estancia temporal (y así se lo
solicitó a su patrono, que le hizo dejar bienes en depósito como
garantía de ello), lo cierto es que al final nunca regresó a Florencia.
Quizás fuera decisivo en esto la muerte de Cosme II y su sucesión por su
madre y su viuda, mujeres que no gustaban ni de Gentileschi ni de su
pintura. En Roma, la artista fue ganando fama y consolidando su
prestigio y empezó a moverse por los círculos artísticos e intelectuales
como “un hombre más”. Su obra era demandada por los mejores
coleccionistas e, incluso, por los papas (Gregorio XV y Urbano VIII).
Asimismo, en Roma Artemisia recuperó su verdadero apellido y el
contacto con su padre, aunque este duró poco, pues el pintor pronto
marchó fuera de Roma para no regresar. En Roma Artemisia también quedó
liberada de un marido que ahora, además, era bebedor y profundamente
celoso. Tras una trifulca en la puerta de su casa con unos españoles que
rondaban a la artista y entre los que se encontraba el duque de Alcalá
(embajador de Felipe IV en Roma y quizás amante de Artemisia),
Pierantonio desapareció para siempre. A partir de entonces, liberada de
toda tutela masculina, la pintora pudo asumir las riendas de su negocio y
de su vida, tomar sus propias decisiones y figurar oficialmente como
cabeza de familia.
Nápoles, la ciudad de su famoso taller
En 1630 Artemisia se trastaldó a Nápoles, donde, a
pesar de la competencia -a veces desleal- de los artistas locales,
consiguió crear uno de los talleres más activos de la ciudad que recibía
encargos de toda Europa. La enorme fama alcanzada hizo que sus obras
fueran deseadas por todos los coleccionstas del continente; sin embargo,
esto mismo hizo que su pintura perdiera frescura y originalidad, lo que
provocó su decadencia: acabó “muriendo de éxito”.
La mayor parte de la fortuna que logró reunir con trabajo y esfuerzo
la invirtió en sus dos hijas (la mayor, el único hijo superviviente de
su matrimonio con Pierantonio; la pequeña, quizás fruto de sus amoríos
con el músico Nicolas Lanier). Les ofreció una educación exquisita y
unas dotes y unos ajuares que les permitieron contraer matrimonio con
miembros de la nobleza. Aunque nobles recientes y de un rango no muy
elevado, lo cierto es que estos matrimonios hubieran sido imposibles
para las descendientes de una saga familiar de trabajadores manuales y
de una madre deshonrada si no hubiera sido porque intercedieron enormes
sumas de dinero. A pesar del tipo de vida que llevó ella, libre e
independiente, quiso para sus hijas algo más convencional, tal vez para
evitarles las luchas constantes por la supervivencia que tuvo que librar
ella misma.
Greenwich y el salón de baile de la Casa de las Delicias
En 1638 Artemisia se trasladó a Londres, desde donde un padre ya anciano y falto de fuerzas le pedía ayuda para concluir
la decoración del salón de baile de la Casa de las Delicias de Greenwich
de la reina Enriqueta María de Inglaterra. Ella acudió a la llamada y
juntos terminaron el encargo. Al poco tiempo Orazio falleció. Artemisia
se quedó en Londres hasta 1641, año en que regresó a Nápoles y se puso
de nuevo al frente de su taller. Aunque seguía recibiendo encargos, la
decadencia de un arte ya repetitivo hizo que su negocio menguara, lo
cual, unido a la inversión de toda su fortuna en los matrimonios de sus
hijas, hizo que Artemisia no se encontrara en su mejor momento
económicamente hablando. Aun así, siguió trabajando hasta su muerte en
1653. A pesar de la enorme fama alcanzada, pronto fue sumida en el
olvido. Su nombre dejó de recordarse y sus obras fueron atribuidas a su
padre, a Caravaggio o a algún otro pintor de la época.
Fuente:
Artemisia Gentilleschi: la gran artista del barroco - Texto de María G. Barriuso